jueves, 12 de febrero de 2009

PROTOCOLO XXII

"El secreto del porvenir.- El mal secular base del bien futuro.- La aureola del poder y su adoración mística."


Con todo lo que hasta hoy llevo expuesto me he esforzado para mostraros el secreto de los acontecimientos pasados y presentes: ellos anuncian un porvenir próximo ya a realizarse. Os mostré el secreto de nuestras relaciones con los Gentiles y el de nuestras operaciones financieras. Poco queda que decir sobre este particular.

Tenemos en nuestras manos la más grande fuerza moderna: el oro; podemos en dos días retirar nuestros depósitos en la proporción y cantidad que sea de nuestro agrado. ¿Será, pues, necesario todavía demostrar que nuestro gobierno está predestinado por Dios? Lo que no podremos probar por medio de esta enorme riqueza es que todo el mal que nos hemos visto obligados a causar durante tantos siglos ha servido finalmente al verdadero bien, a poner todo en orden... ¡He aquí la confusión de nociones de bien y de mal! El orden se restablecerá, en parte, por medio de la violencia, pero se restablecerá al fin. Sabemos probar que somos bienhechores de la humanidad; nosotros que hemos hecho al mundo torturado el verdadero bien de darle la libertad al individuo, que podrá gozar de descanso; la paz, la dignidad en las relaciones, a condición, entiéndase bien, de observar las leyes establecidas por nosotros. Explicaremos de paso que la libertad no es el libertinaje ni el derecho a la licencia; ni tampoco consiste la dignidad ni la fuerza, en el derecho de cada uno a proclamar principios subversivos y destructores, como el derecho de libertad de conciencia, de igualdad y otros semejantes, ni en modo alguno tampoco el derecho del individuo consiste en excitarse a sí mismo o excitar a otros haciendo alarde de talentos oratorios en asambleas tumultuosas. La verdadera libertad consiste en la inviolabilidad de la persona que observa honrada y exactamente todas las leyes de la vida en común; la dignidad en la conciencia de sus derechos y juntamente de sus deberes y de los derechos de que carece, y no sólo en el desarrollo ilusorio y fantástico del tema de su YO.

Nuestro poder será glorioso porque será pujante; porque gobernará y dirigirá y no irá remolcado, por decirlo así, por líderes y oradores de los que a gritos lanzan palabras huecas y carentes de sentido que enfáticamente llaman grandes principios, y que no son otra cosa en realidad sino utopías. Nuestro poder será el árbitro del orden, que es el único que hace la felicidad de los pueblos, y de los hombres.