jueves, 12 de febrero de 2009

PROTOCOLO XVIII

"Medidas de seguridad.- Vigilancia sobre los conspiradores.- Una guardia invisible es la ruina del poder.- La guardia del rey de los Judíos.- El prestigio místico del poder.- Prisión a la primera sospecha."

Cuando sea necesario aumentar las medidas de precaución por medio de la policía (que tanto desprestigian a los gobiernos), simularemos desórdenes y manifestaciones de descontento valiéndonos para ello de buenos oradores.

Las personas que efectivamente alimenten sentimientos contrarios a nosotros, se unirán a aquellos que van desempeñando el papel que nosotros les hemos encomendado. Esto nos dará pie para autorizar pesquisas, cacheos y vigilancias especiales, para las que nos valdremos, como agentes, de los servidores que hayamos entresacado de la policía de los Gentiles. Como la mayoría de los conspiradores lo son por amor al arte, y por fanfarronada, no les causa remos daño alguno mientras no lleguen a vías de hecho; lo único que haremos será tenerlos bien vigilados. No hay que olvidar que el prestigio del poder se menoscaba si con frecuencia se descubren conspiraciones; esto implica una confesión de la impotencia del gobierno, o lo que es todavía peor, de la injusticia de su propia causa. Vosotros no ignoráis que el prestigio de los reyes y gobernantes Gentiles lo hemos destruido nosotros por medio de frecuentes atentados cometidos por nuestros agentes, que no son sino estúpidos borregos de nuestro rebaño; es cosa agradable impulsar al crimen por medio de unas cuantas frasecillas de sabor liberal, con un tinte político. Obligaremos a los gobernantes a reconocer su impotencia por las medidas de seguridad que se verán obligados a tomar manifiestamente, y por este medio, aminoraremos el prestigio.

Nuestro gobierno será custodiado por una guardia secreta, que casi nadie advertirá, porque no admitimos ni siquiera la idea de que pueda existir un partido o facción contrarios, que no esté en condiciones de combatir y que tuviera que cuidarse de ellos. Si admitimos esta idea, como lo hacen todavía los Gentiles, habríamos firmado una sentencia de muerte, si no la del soberano mismo, la de su dinastía en un porvenir no lejano. Según las apariencias rigurosamente observadas, nuestro gobierno no se servirá del poder sino para bien del pueblo, y no para provecho personal ni de su dinastía. Así, guardando esta conducta honrada y decorosa, su poder será honrado y respetado y defendido por sus mismos súbditos; se le adorará bajo la idea de que el bienestar de cada uno de los súbditos depende del orden y de la economía social...

Cuidar al rey de una manera manifiesta y visible sería reconocer la debilidad de la organización del gobierno. Nuestro rey, cuando se encuentre en medio de sus súbditos, estará siempre rodeado de una multitud de hombres y mujeres que parecerán curiosos que ocupan las primeras filas cerca de él, por mera casualidad, y que detendrán las filas de los demás, como para evitar el desorden. Esto será un ejemplo de moderación. Si entre la multitud hubiere algún pretendiente que se empeñe en hacer llegar al soberano su petición, esforzándose por abrirse paso a través del pueblo, los que se encuentren en las primeras filas deberán tomar la solicitud del peticionario de sus manos y a su vista hacerlo llegar a las del soberano, para que todos sepan que llegó a su destino y para que al mismo tiempo comprendan que hay un control, algo que impide que cualquiera pueda llegar hasta él. Con la institución de una guardia oficial desaparece el prestigio místico del poder. Cualquier hombre dotado de cierta audacia se cree dueño del poder, el faccioso no desconoce su fuerza y acecha la ocasión de acometer cualquier atentado contra el poder. Cosa muy distinta decimos a los Gentiles en nuestro discurso. Pero bien vemos cuáles han sido las consecuencias de las precauciones manifiestas y visibles. Arrestaremos a los criminales a la primera sospecha más o menos fundada: el temor de padecer un error, no debe ser motivo para darles facilidades de huida a individuos sospechosos de un delito o de un crimen político, crímenes y delitos para los que no tendremos consideración y debemos ser despiadados. Si se puede, forzando un poco el sentido de las cosas, aceptar el examen de motivos en los crímenes ordinarios, no puede haber excusa ninguna para tolerar que alguien se ocupe en cuestiones políticas que nadie, fuera del gobierno, puede entender. Ni aun todos los gobiernos actuales son capaces de entender la verdadera política.